Cuando le preguntaron a Alfonso qué era más pesado, una cama o una silla, el hombre de 75 años frunció su ceño, se tomó la barbilla y fijó su mirada en un punto. No se animaba a pegar los recortes de ambos objetos, que sostenía en sus manos, en un papel sobre su escritorio.
Al no encontrar respuesta, una de las cuatro enfermeras que, a inicios de julio, cuidaba de él y otros 37 adultos mayores en la Casa de Respiro del Patronato Municipal San José, en Quito, le insistió. El anciano bajó la cabeza y con una voz baja respondió que no sabía. La enfermera lo abrazó, conversó con él y de repente Alfonso dijo que es la cama la que pesa más.
Aunque la pregunta es sencilla, para Alfonso resolver cosas como esta se le vuelve cada día más difícil. Él fue diagnosticado con alzhéimer en su fase inicial, una degeneración progresiva de las neuronas cerebrales, aún no curable, que afecta las funciones cognitivas y en fases intermedias y avanzadas –que pueden durar hasta 15 o 20 años– restan total independencia a actividades cotidianas como caminar, comer o ir al baño.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), al 2015 existen en el mundo cerca de 47,5 millones de personas que padecen demencia. Entre el 60% y el 70% de estos casos posee alzhéimer, que es la causa de demencia más común. La entidad prevé que el número de personas con demencia en el mundo pase de 75,6 millones en 2030 a 135,5 millones en 2050
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